Los que hemos vivido en el Pirineo y hemos recorrido, además de sus cumbres, sus valles y sus pueblos, sabíamos quién era Angelines, la de Susín. Una vez, hace casi 10 años, estuve en Susín. Estaba desierto, pero no era desértico. Sus calles estaban cuidadas, sus caminos mantenidos y algunos edificios restaurados. Recuerdo la antigua herrería, un pequeño edificio de piedra muy básico, pero casi todo en pié y con un pequeño cartel que decía "herrería". Recuerdo que pude imaginar los golpes del herrero dando forma al metal… En cierto modo, el pueblo estaba vivo. No había nadie, pero ese pueblo tenía alma, la de Angelines, de casa Mallau, su única habitante.